martes, 7 de junio de 2011

Heber Joel Campos sobre las elecciones en Perú


Nuestro gran amigo y colega Heber Joel Campos, nos da sus reflexiones sobre el reciente proceso electoral en Perú. Gracias Don Heber por la nota



Elecciones en Perú: las distintas caras del cambio
Por: Heber Joel Campos Bernal

Las elecciones en Perú han terminado y tienen un veredicto claro sobre quién será el próximo presidente, pero no así sobre cómo y en qué medida se solucionaran los álgidos y sempiternos problemas que ha desnudado. El primero de ellos, y tal vez el más importante, es el de la exclusión social. Pese a que el crecimiento económico del Perú ha sido boyante en los últimos años no ha tenido el impacto esperado, sobre todo, en los sectores menos pudientes, los cuales sobreviven a duras penas con menos de 3 dólares al día. Este sector no es poca cosa en términos numéricos pues representa casi el 30% y ha sido, aunque cueste aceptarlo, el más olvidado por los gobiernos de los últimos años. Una de las razones del triunfo de Ollanta Humala, por ejemplo, se explica según esa variable: un número de excluidos que, pese a todo lo avanzado en materia de crecimiento, de infraestructura, de modernidad, se resiste a aceptar que ese modelo de país sea el ideal; lo ideal sería, en su opinión, que ese crecimiento también les llegara a ellos, no a través del simple “chorreo” (término acuñado por el ex presidente Alejandro Toledo para explicar su política de distribución económica: primero las arcas llenas, después lo que brote de ellas) sino mediante beneficios directos que se traduzcan en más postas médicas, mejores escuelas, más oportunidades.

El segundo problema para el futuro gobierno de Ollanta Humala es la gravísima polarización que existe. Hasta hace apenas unas horas se podía leer en los periódicos columnas de opinión que explicaban el triunfo de Ollanta Humala por la supina ignorancia de la gente, hasta columnas que invocaban a estar atentos frente a los seguros exabruptos del futuro presidente. Esta polarización también se refleja, aunque a diferente escala, en las redes sociales donde hay quienes despotrican de aquellos que votaron por Humala diciendo cosas tan absurdas como estúpidas del tipo: y ahora quien va a pagar mi hipoteca, cómo voy a hacer para conseguir un trabajo, solo los que trabajamos sabemos lo que nos estamos jugando.

Por último, el tercer problema que deberá afrontar el próximo gobierno es la debilidad de las instituciones políticas en el Perú. A diferencia de otros países de Latinoamérica, donde existen unas elites consolidadas y una clase política más seria (como Chile o Colombia), en el Perú estas brillan por su ausencia siendo la prueba irrefutable de ello la práctica irrelevancia de los partidos políticos en la escena nacional. De todos ellos, el APRA, quizá el más tradicional, obtuvo apenas 6% de la votación nacional y sólo pudo conseguir, de los 130 congresistas que fueron electos, 4 representantes. Asimismo, el Perú carece de un Poder Judicial independiente lo cual lo hace muy vulnerable frente a las amenazas y el intervencionismo no sólo del Estado sino de los poderes fácticos (las empresas, los políticos, las ong´s, etc).

El primer paso, en ese sentido, para arribar a algunas soluciones posibles será nombrar un gabinete de ancha base que garantice, por un lado, estabilidad política y económica y, por el otro, participación e inclusión política. Ambos elementos, no obstante, parecen una aporía. En el Perú o son una cosa u otra pero no las dos al mismo tiempo. Es por eso que la responsabilidad del próximo gobierno es superlativa. No sólo se juega su prestigio, el cual, no quepa ninguna duda, se desmoronará demasiado rápido si se afecta alguno de los dos extremos, sino su compromiso de cambiar las cosas tal cual están en la actualidad. Ollanta Humala ganó las elecciones enarbolando la bandera del cambio, pero este cambio más que real, que en gran medida, en efecto, deberá serlo, es, sobre todo, simbólico: demostrar que se pueden cambiar las cosas, hacerlas bien, sin ir en contra de lo que se hizo bien; demostrar que se puede ser un país moderno con un crecimiento económico ordenado, pero sin sacrificar por ello las expectativas de los que menos tienen. En fin, enviar señales de que sobre todo el país va en la dirección correcta.